“Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. Juan Domingo Perón, 12 de junio de 1974.
La muerte del viejo líder, el 1 de julio de 1974, le dio trascendencia histórica a aquella memorable frase. Es que Juan Domingo Perón se despedía de su pueblo, el de la columna vertebral del movimiento nacional justicialista: el de los trabajadores, y desde los balcones de la Casa Rosada. Dejaba otro concepto para la extensa liturgia del peronismo. Sin embargo, ese día, el 12 de junio, horas antes de la asamblea popular autoconvocada en plaza de Mayo, Perón había amenazado con renunciar a la presidencia por cadena nacional. La situación económica se complicaba. “Si llegó a percibir el menor indicio que haga inútil ese sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”, había advertido. Expresaba su malestar por de la falta de compromiso de los actores que habían firmado un Pacto Social: las dirigencias de la CGT y de la Confederación General Económica, que representaba a los empresarios.
En síntesis, el general observaba que había un incremento desmedido de los precios y una actitud pasiva de los gremios; sentía que lo traicionaban, pero que más que nada que se incumplía el acuerdo que era clave para desarrollar su gestión. “Como presidente de los argentinos propondré un modelo a la consideración del país, un humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. Si de allí surgen propuestas que motiven coincidencias, su misión estará más que cumplida”, había expresado al Congreso el 1 de mayo de ese año, el mismo día que, por la tarde, echaba a los imberbes, a los montoneros, de Plaza de Mayo.
Para una gran parte de sociedad, la que había depositado su confianza en él para recuperar al país -apoyándolo con un histórico 62% de los votos-, era inconcebible que dimitiese quien debía encabezar ese proceso de cambio, menos él, menos en la década del 70, cargada de hechos sangrientos y de violencia política. Era miércoles, hacía frío, pero algunos entendieron que había que respaldarlo de la única forma posible: con una masiva concentración frente a la Casa de Gobierno; otra más.
Perón había denunciado esa mañana que había interesados en que la Argentina no despegase y que algunos pícaros apostaban a sacar ventajas sobre el esfuerzo del resto al no hacer cumplir aquel Pacto Social de precios y salarios. Quien rompa las normas salariales y la de los precios tendría que hacerse cargo de sus actos, había advertido. Y dijo más respecto de la crisis: “algunos diarios oligarcas están insistiendo, por ejemplo, con el problema de la escasez y el mercado negro. Siempre que la economía está creciendo y se mejoran los ingresos del pueblo, como sucede desde que nos hicimos cargo del poder, hay escasez de productos y aparece el mercado negro. Subsistirá hasta que la producción se ponga a tono con el aumento de la demanda”. El entonces presidente había pintado un panorama crítico, hablaba de sabotaje al acuerdo social y de la suba desmedida de precios y había lanzado una advertencia: podía dimitir; la movilización de respaldo no se hizo esperar y ese mediodía se llenó la Plaza de Mayo.
Perón habló unos 13 minutos y pronunció un poco más de 600 palabras, dejando un discurso histórico y el compromiso de seguir adelante con su plan de gobierno: “compañeros, esta concentración popular me da el respaldo y la contestación a cuanto dije esta mañana”. No se iría, seguiría en su propósito, pero ya le queda poco de vida al hombre de 79 años; pero lo que en realidad estaba haciendo era despidiéndose de los argentinos: “les agradezco profundamente el que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. Murió 19 días después.